—Llevemos estos peces a que los limpien primero —dijo Salvador, girando con el balde en la mano hacia Martina.
—¿“Limpien”… cómo? —Martina lo miró, perdida.
Cocinaba bien —mejor que Luciana—, pero limpiar pescado o pollo no era lo suyo… y tampoco se animaba.
Salvador sonrió, entendiendo el malentendido.
—Aquí hay gente que se encarga —explicó—, pero hay que llevarlos hasta allá.
—Ah… —Martina soltó el aire.
—Vamos —propuso él.
Como estaban de paseo y sin prisa, ella asintió.
—Dale.
Llegaron al sitio… y había fila. Salvador señaló el balde y luego a Martina.
—En un rato vas a tener que sujetar los peces.
—¿Qué? —se sorprendió—. No sabía…
Se recompuso.
—Bueno… está bien.
Nunca había atrapado peces con la mano, pero no era lo mismo que abrirlos. Podía.
Cuando les tocó, Salvador le indicó con la cabeza:
—Uno por uno.
—De acuerdo.
Martina respiró hondo, se remangó y metió las manos en el agua. Creía que sería fácil, pero apenas rozó un lomo y esa resbalosa textura le hizo fruncir el ceño. A