A las palabras de Salvador, tan fuera de la realidad, Martina ni se molestó en contestar; ni siquiera le regaló una mirada.
Sonó el timbre. Salvador fue a abrir: había llegado la empleada que contrató.
—Señor Morán.
—Ajá.
Le dio indicaciones con calma, casi de memoria: horarios, antojos, hábitos de sueño de Martina.
—Con que cuide bien a la señora basta.
—Sí, señor —respondió Teresa Ramírez.
Volvió la cabeza y no vio a Martina.
Subió. Ella estaba acostada sobre la cama, sin taparse.
Salvador frunció el ceño, se acercó y la cubrió.
—Está prendido el aire —murmuró—. Tápate tantito; si te duermes te va a dar frío.
Martina no dijo nada. En cuanto él soltó la cobija, ella la pateó. Él volvió a cubrirla; ella la apartó… y así, una y otra vez.
—Marti —se tensó él—. Si quieres pelear conmigo, primero cuídate. Si te enfermas de verdad, vas a terminar dependiendo de mí.
Ella abrió los ojos de golpe.
Le ardió la palma de la mano de tanto apretarla. “Si me tumba la enfermedad, aquí sí que no tendr