Martina lo miró en silencio, más perdida que cuando se despertó.
“¿Por qué está Salvador aquí? ¿No estábamos divorciados? ¿Por qué se siente como cuando vivíamos en Residencial Jacarandá?”
—Salvador Morán.
—Mm —respondió al instante—. ¿Qué pasó? ¿Te duele algo? ¿Quieres agua, té, lo que sea? Dime y ya. Estoy aquí. Me voy a quedar contigo…
Martina terminó de convencerse: sí, era Salvador.
—¿Qué me hiciste?
La inquietud le trepó por la espalda.
—¿Dónde estamos? ¿Por qué estoy contigo?
—Martina… —él abrió los brazos y la apretó contra el pecho—. No pude más. Te extrañé cada minuto. No había un segundo en que no pensara en ti. Quédate conmigo. Yo voy a cuidarte. Vamos a curarte.
Cada palabra le retumbó. Tras el pasmo, llegó el miedo.
—¡Estás loco, Salvador!
Lo empujó con fuerza.
—¿A mí qué me importa si me extrañaste? ¡Estamos divorciados! ¡No necesito tus cuidados!
Se levantó de la cama, alzó la sábana y buscó las pantuflas.
—¡Martina! —él la sostuvo por los brazos—. Lo que necesitas ahor