—¿Qué ves? ¿No te vas ya? —Laura perdió la paciencia—. Si no te mueves, llamo a seguridad.
—Señora, me voy —Salvador sintió el hielo en la sangre—. Ya me voy.
Bajo la mirada fija de Laura, no tuvo más remedio que darse la vuelta y avanzar despacio. Solo cuando llegó a la esquina oyó el portazo del portón. Fue un golpe seco, dado para que él lo escuchara.
Pálido, Salvador cerró los ojos. ¿Y ahora qué? Ya ni siquiera podía acercarse a Martina… mirarla un segundo… o hacerle llegar un poco de la fruta que le gustaba. Todo era un lujo inalcanzable.
Esa noche, al volver a la casa de los Morán, Ivana lo llamó de inmediato. Laura ya le había marcado.
—Salvador —Ivana lo observó con un gesto complicado.
Sabía que su hijo estaba en falta y no lo excusaba. Al enterarse de que había ido otra vez a la casa de los Hernández, Ivana le pidió perdón una y otra vez a Laura por teléfono. Esperó a su hijo con ganas de abrirle la cabeza para ver si traía algo dentro. Pero al verlo deshecho, se le aflojó el