Al fin y al cabo, el hijo era suyo. ¿Qué podía hacer Ivana? No lo encubrió, pero tampoco pudo desentenderse.
—Salvador… —dijo con la voz tomada—. Desde niño fue bien parecido, en la escuela nunca nos dio problemas; con sus hermanos se llevó siempre bien y jamás se mareó con los privilegios.
Se le quebró el aliento.
—Y ya de adulto… se estrelló justo en lo sentimental.
Con los ojos húmedos miró a Martina y luego bajó la cabeza para dirigirse a los papás de Martina.
—Señor Hernández, señora Hernández… perdón. No supimos formar mejor a nuestro hijo, y lastimó a Martina.
Martina giró el rostro y contuvo el ardor de las lágrimas.
Ante una Ivana así de franca, ni Carlos ni Laura pudieron mantener del todo el ceño duro.
—Señora Morán, no se mortifique —suspiró Laura—. A estas alturas, lo pasado, pasado.
Temía, sin embargo, que Ivana hubiera venido a pedir otra oportunidad para su hijo.
—No me malinterprete —apresuró Ivana, limpiándose las mejillas—. No vine a recomponer nada para él. Se lo di