—Ya nos divorciamos. Ya no tenemos nada que ver. No tienes ninguna responsabilidad conmigo.
La voz de Martina al teléfono había sonado serena, incluso un poco cansada.
—Gracias por llamar para preguntar por mí. Pero, de ahora en adelante, no me llames, por favor. Estoy bien. Tengo a mi familia y a mis amigos. Sé cuidarme…
—Entonces… hasta aquí. Voy a colgar.
Se quedó dos segundos en silencio, como si le diera una última oportunidad para decir algo. Al no oírlo, cortó.
Salvador apretó el celular. Le llenó la boca un amargo metálico. Hasta el último instante no había encontrado una razón para detenerla.
Se rió sin alegría, dejó el teléfono a un lado y miró hacia la reja de la villa Herrera. Martina, en nada, se parecía a Estella. Ya ni siquiera quería volver a contestarle el teléfono. Ellos dos, ahora sí, no tenían absolutamente nada.
***
Dentro de la villa Herrera, Luciana miró con impotencia a Vicente, quieto en el sofá como si alguien le hubiera apagado el mundo. Minutos antes, ella l