—¿Mamá hija? —doña Laura soltó la risa y señaló a Martina—. Pero si Alba no es tu hija. ¿Qué clase de “a juego” es ese?
Se cruzó una mirada con don Carlos.
—Si quieren “maquillaje mamá hija”, tengan una propia —remató.
—Eso —asintió don Carlos—. Aprovechen mientras son jóvenes: los embarazos salen mejor y con menos riesgo. Y ahora que no estás trabajando, tienes tiempo para cuidarte.
Martina se quedó un segundo en blanco y curvó apenas la boca.
—Eso no depende solo de mí.
—¿Y cómo no va a querer Salvador? —rió doña Laura—. Ya no es ningún chamaco. Si no fuera por considerarte, a su edad ya tendría a los suyos en kinder.
—Tal cual —sumó don Carlos—. Buen proveedor y de familia. Para ustedes, tener un bebé no sería ninguna carga.
—Mira nada más a Alba: una dulzura. Un hija tuya y de Salvador también saldría preciosa. Si se parece a él… ni te cuento.
Con los darditos de ambos de un lado a otro, Martina ni se atrevió a levantar la vista.
—Tío, tía —intervino Luciana, viendo a Martina a pun