Entendió tarde —pero a tiempo— qué se siente ser la hija querida de unos padres.
A Luciana se le humedeció la nariz; abrió los brazos y abrazó a Lucy.
—Cuídate. Y cuida a Kevin… Lo de la familia Romero, no te metas. Deja que él lo resuelva como deba.
Lucy se sorprendió; de inmediato se le llenaron los ojos y asintió entrecortado.
—Sí… ya lo sé.
Luciana la soltó y extendió la mano hacia Enzo.
—¿Y tú? ¿Me das un abrazo?
—Claro.
Enzo se inclinó y la apretó fuerte.
—Luci, mi niña.
—Gracias por todo en estos días —murmuró ella, arropada en sus brazos—. Gracias por lo que hiciste por mí… pero tengo que decirlo: ella es inocente. Te ha acompañado sin nombre ni lugar tantos años. No la defraudes.
—Lo sé —cerró los ojos y asintió—. Puedes estar tranquila. Sé lo que tengo que hacer.
—Bien.
No quedaba mucho más que decir.
Luciana se apartó, sonrió con la boca y con los ojos.
—Entro ya. Cuídense.
—Cuídate tú también.
Luciana giró… y las lágrimas le resbalaron a chorros.
No estuvo en los enredos de