—Pfff… ¡ja, ja, ja! —al final no pudo contenerse y estalló en risa.
—¿Te estás burlando de mí? —Alejandro también se rió y la apretó contra sí—. ¿Huelo tan mal?
—Sí. —Lo dijo solemne.
—¿Sí?
—¡Ja, ja, ja!
Luciana, atrapada en sus brazos, intentó esquivar en vano.
—¡Me equivoqué… ja, ja…!
—¿Vas a seguir?
—No, no voy a seguir… ¡mentira! —y volvió a reír.
Tras el jueguito, el propio Alejandro se abochornó y subió a ducharse como un santo.
Cuando bajó, la casa olía delicioso. No había rastro del personal: solo Luciana.
—¿Listo? —preguntó sentada con elegancia, señalándole la silla de enfrente—. Siéntate.
Alejandro se acomodó y vio frente a él pasta a la italiana, sopa borsch y, al centro, una pierna de cordero al horno compartida; lo mismo en el lugar de Luciana.
—Esto está muy festivo.
—Obvio —alzó la ceja—. A ver, prueba y me dices.
—Ajá.
Sin pensarlo mucho, probó un bocado de pasta y sorbió un poco de borsch.
—¿Qué tal? —Luciana lo miró expectante.
—Muy bien…
Entonces le cayó el veinte;