De golpe, Domingo se tapó la cara con la mano.
—Ah…
Un hombre hecho y derecho, llorando sin pudor.
—¡Malditos! ¡Se merecían lo peor! ¡Ah…!
Alejandro lo miró y le vino a la mente lo que el otro había dicho: que quería volver a la familia Guzmán, ser reconocido como tal. Recordó también aquella vez que fue a la tumba de su madre.
Fijo en ese rostro pálido, con un nudo en el pecho, Alejandro al fin preguntó:
—¿Qué tienes? ¿Qué pasa con tu salud?
—¿Yo? —Domingo apartó la mano. Aún con los surcos de lágrimas, sonrió torcido—. ¿Se me nota? Me estoy muriendo… Las porquerías que hicieron Daniel y Marisela me cayeron a mí en la espalda. —Soltó una risa rota—. Ja, ja…
Alejandro desvió la mirada, se dio la vuelta y salió con el pecho apretado. Podía irse: el abogado que había puesto Enzo ya le había tramitado todo y el chofer lo esperaba en la puerta.
Apenas cruzó el umbral, se topó con Daniel Guzmán.
—¡Alejandro!
Lo miró de reojo, helado… un viejo. Aunque habían pasado pocos días, estaba consumi