Alejandro no entendía: ¿odiar qué?
—¡A ellos! —Domingo, con las muñecas esposadas, golpeó la mesa. Sus ojos, negros y encendidos, casi se le salían de las órbitas. El odio le hervía—. ¿Se lo imaginan? Yo no quería, pero no tenía opción: vivir con las dos personas que más detestaba.
Alejandro se estremeció. ¿Hablaba de Daniel y Marisela?
—¿Te sorprende? —Domingo leyó su reacción con claridad. Esbozó una sonrisa ida—. No es que esté loco de la cabeza; tuve mala suerte. Si tú y el abuelo los despreciaban, ¿cómo iba a gustarme a mí?
Guardó silencio, alzó la vista al techo.
—Yo no quería irme con ellos. Tenía a mi abuelo, que me quería; a mi mamá, que me cuidaba; y a mi hermano menor, tan listo… Pero no tuve elección. El abuelo me soltó la mano, mamá me odió… Yo era un niño. ¿A dónde podía ir?
Alejandro escuchaba en silencio, cada vez más hondo.
—Me escapé —continuó Domingo—. Más de una vez. ¿Pero a dónde puede correr un niño? Lejos de ellos no sabía ni sobrevivir. —Soltó una risa hueca—. N