Con la palma en su mejilla, tenía mil cosas que decirle y apenas pudo decir un par.
—Tranquila. En un par de días estoy de vuelta.
—Ajá —asintió Luciana—. Te estoy tejiendo una bufanda.
—Rojo tomate. Me encanta. Cuando regrese, ¿puedo ponérmela?
—Mmm… haré lo posible.
Alejandro apretó la mandíbula, le soltó la cara con cuidado.
—Me voy.
—Ajá.
A Luciana le pesó soltarlo.
—No te angusties —dijo Enzo, buscando calmarla—. Ya dejé todo arreglado. El inspector James no le va a poner trabas. Te lo aseguro.
Luciana lo siguió con la mirada hasta verlo salir del anexo. Esta vez la casa sí quedó en verdadero silencio.
Esa noche, muy tarde, no conciliaba el sueño. Por más promesa de Enzo que tuviera, mientras Ale no volviera, ella no descansaría. Así que se quedó en vela, con el ovillo en las manos, tejiendo la bufanda. Punto por punto, la espera dolía menos.
***
En la comisaría, todo marchó. Tras dos días y dos noches de interrogatorios, con la declaración de Simón y la investigación policial, se