—¿Cómo que “si sé” o “no sé”? —Salvador se adelantó antes de que Ivana respondiera, se sentó en el brazo del sofá, le pasó un brazo por los hombros y, cariñoso, le despeinó el flequillo—. El té se toma para estar a gusto. No hay que “saber” nada.
—Eso mismo —Ivana asintió sonriendo y le echó una mirada a su hijo. Míralo, pensó. Con tal de no perderla de vista, amanece pegado a ella.
—¿Te levantaste tan temprano? —Salvador, delante de su mamá, ni disimuló: le habló solo a Martina—. ¿Por qué no dormiste un ratito más?
—Aquí es como en casa; mamá no es estricta —respondió ella—. Ya descansé.
Le lanzó una mirada de advertencia.
—Vas a ir a la oficina, ¿no? No nos entretengas. Tu mamá y yo estamos muy ocupadas… en no hacer nada.
—Sí, sí —Ivana lo respaldó—. Anda, ve a trabajar. Hoy quiero tener a Marti solo para mí.
—Hecho. Diviértanse —Salvador se inclinó y besó a Martina en la frente—. Trataré de volver temprano.
—Ajá —asintió ella.
“Lo de anoche fue un teatro,” pensó. “Ivana no está enfe