En otro momento, Salvador le habría rebatido al instante. Incluso habría demostrado, sin sombra de duda, que estaba tan entero como un veinteañero. Pero hoy… no.
—¿Me estás provocando? —se rio, rozándole la mejilla con los dedos—. ¿Qué pasa contigo, mi amor? ¿Tan antojada de mí últimamente?
—¿Eh? —Martina se quedó fría y, de golpe, se le encendieron las mejillas—. ¡Deja de decir tonterías!
—¿Y qué tiene de malo? —a Salvador le fascinaba verla sonrojarse—. Eres mi esposa. Si te mueres de ganas por mí, es lo normal. Pero hay que ir con calma… tenemos toda la vida por delante.
Martina le lanzó una mirada de “ya, por favor”.
—Jajaja. —Salvador se dejó caer para besarla—. No te enojes. Mañana…
Ella le plantó la mano en el pecho para apartarlo.
—Hazte a un lado. Quiero ducharme.
—Espera.
Salvador la rodeó con los brazos y no la soltó.
—Cinco minutos. Solo recuéstate un ratito.
—¿De veras estás cansado? —se sorprendió Martina. Había bromeado, pero él nunca pedía “reposo”.
—Sí. —No lo negó. La