Miró la bolsa junto a la mano de su hijo.
—Pero si ya están pensando en buscar bebé, mi advertencia sale sobrando. Con un hijo, esta casa se va a sentir todavía más hogar —comentó Ivana, y enseguida le echó flores—. Y bien que cuidas a Marti: los jarabes amargos no hay quien se los tome. Estas pastillas, en cambio, van mejor; llevan miel silvestre, puedes tragarlas como si fueran dulces.
—Ajá.
A Salvador Morán también le parecía buena idea.
Se incorporó con la bolsa en la mano. —Gracias, ma. Me voy de una vez. Cuando estemos por terminar estas, te aviso.
—¿Eh? —Ivana se sorprendió—. Ya que viniste, ¿no te quedas a cenar?
—No puedo. —Salvador negó con toda naturalidad—. Le prometí a Marti llegar a comer con ella. He andado a mil y llevo varios días sin acompañarla.
—Está bien. —Ivana no era de las suegras que compiten por el hijo—. ¡Anda, vete ya! —y luego, medio refunfuñando—. Aunque debiste traerme a Martina…
Salvador pensó en lo incómoda que se ponía Martina en la casa grande de los