—¿De verdad? —Martina no se sentía así.
—Sí. —Salvador fue tajante—. Te abrazo todos los días, ¿cómo no voy a notarlo? Mis manos son más precisas que una cinta métrica: tu cintura ya casi desaparece.
Recordó que ella estaba con tratamiento.
—¿Y si la medicina que te recetó Gabriela no te está funcionando? Mejor ven a la casa de la familia; que mamá consiga al naturista para revisarte.
“¿Volver a la casa grande? ¿Pedirle a Ivana que traiga a un naturista? Es demasiado engorroso. Además, soy la nuera y no tengo nada grave.”
—No hace falta —Martina negó—. Apenas llevo unos días con el medicamento, todavía no se nota el efecto. Y no me siento mal. Démosle tiempo.
Al verla firme, Salvador cedió. Luego insistió con cariño:
—Piensas demasiado; así no sube ni un gramo.
Apartó un mechón de su frente y la besó.
—Prométeme que no vas a imaginar lo peor. No vamos a separarnos. Lo nuestro va para siempre.
Martina lo miró en silencio un buen rato.
—¿No me crees? —frunció él.
—No es eso. —Ella sonrió