—Sí, lo sé.
Claro que lo sabía. Pero anoche no se atrevió a apartarse de Luciana: aun dormida, cualquier movimiento suyo la hacía gemir. Con todo lo que ella estaba pasando por él, ¿qué importaba su propio cansancio?
Tras el cambio de curaciones y de ropa, Alejandro bajó a la cocina.
A esa hora, Lucy y Enzo también llegaron. Lucy ya había visto los ingredientes que la enfermera había dejado listos y, aunque Luciana era su hija, no dejaba de sentirse apenada.
—Alejandro, de verdad, Luci te está dando mucha lata.
—Para nada —sonrió él, negando—. Si tiene antojo de algo, es buena señal. Así nosotros también respiramos un poco, ¿no?
—Sí, tienes razón… —concedió Lucy—. ¿Quieres que te ayude?
—No…
—¡Vámonos! —Enzo la jaló del brazo, con gesto poco amable—. Vamos a ver a Luci. ¿No que le ibas a llevar el caldito para que lo probara?
—Bueno, bueno.
Subieron. Ya en el pasillo, Lucy chistó:
—¿Qué prisa traes? ¿Y si Alejandro necesita ayuda?
—No la necesita —bufó Enzo—. Es un hombre. Cocinar algo