Martina lo miró en silencio, sin saber qué decir por un momento. Era verdad que discutían a menudo, pero él siempre terminaba asumiendo la culpa primero.
—Marti, no volverá a pasar.
—A partir de ahora —Salvador habló con sinceridad—, cuándo tener hijos o si tenerlos, lo decides tú. Voy a respetar tu decisión.
“¿Ves? Si lo hubieras dicho antes…”, pensó ella, con un ardorcito en los ojos; giró el rostro. De haberlo oído anoche, nada se habría descompuesto.
Salvador le acarició la cara.
—Fui un imbécil anoche. No habrá una segunda vez.
—Tú lo dijiste. —Martina hizo un puchero.
—Ajá. —Él se inclinó y abrió los brazos—. Ven con tu marido. Dame un abrazo. ¿Sí?
Martina se dejó abrazar, sin apartarlo.
—Y no pienses de más lo de Vicente… —murmuró.
Era su explicación. Sabía que, por Estella, Salvador tenía un rechazo automático cada vez que ella hablaba con cualquier hombre.
Salvador la miró en silencio. Ella siguió:
—Sí lo quise. Pero él no me quería a mí. Y ya solté eso. De aquí en adelante, c