—¿Todavía te atreves a venir?—Alejandro no aflojó la mano que lo tenía agarrado del pecho; en sus ojos brilló un filo helado—. ¿Qué somos, enemigos de otras vidas? Primero provocaste la muerte de mi mamá y ahora, ¿ni a mi abuelo lo dejas en paz?
—A… Alejandro… —Daniel negó con la cabeza, aterrado—. No, yo no…
—¿No? —soltó una risa helada—. Si no fuera por tus “grandes ideas”, ¿estaría mi abuelo ahí adentro?
—Yo…
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —Marisela, incapaz de tragarse el coraje al ver a Daniel acorralado, alzó la voz—. Desde el principio hablamos bien; fueron ustedes los que nos pusieron contra la pared.
Los ojos de Alejandro se afilaron como cuchillos. Si no fuera delito, ella ya estaría de camino a la otra vida. La pura mirada le bastó a Marisela para replegar el cuello y cerrarse la boca, aunque murmuró, rencorosa:
—Pues no estoy mintiendo…
—¡Cállate! —quien perdió la paciencia fue Daniel—. ¡Mi padre está en reanimación y tú diciendo tonterías! ¿Desde cuándo un hijo le