—Alejandro. —Al pasar junto a él, Domingo lo detuvo.
Alejandro bajó la mirada, manos en los bolsillos.
—¿Qué quieres?
¿No debería estar ayudando?
—Ganaste —sonrió Domingo—. Aunque ya lo sospechaba: no caes tan fácil.
—¿Vienes a decirme felicidades? —a Alejandro le pareció tan absurdo que soltó una risa seca—. Va, gracias.
Se inclinó, apoyó ambas manos en el respaldo de la silla de ruedas.
—¿Tanto tiempo para idear una jugada tan sucia? ¿Eso es todo lo que tienes?
Soltó el respaldo y se fue.
***
En la sala de descanso, Miguel dormitaba a medias: parecía dormir, pero también parecía despierto. De pronto abrió los ojos, como con un mal presentimiento.
—¿Felipe?
—Abuelo.
La puerta se abrió; Alejandro entró primero, Felipe detrás. Alejandro se acercó a la cama, lo ayudó a incorporarse.
—¿Despertaste? —imaginaba que no había conciliado bien el sueño—. Abuelo, ya está resuelto. Puedes estar tranquilo. Haré que Felipe te lleve de vuelta al hospital, ¿sí?
¿Resuelto? El gesto de Miguel se aflojó