Enzo también bajó del auto. Como Luciana no le permitió ayudarla, no se acercó; solo la siguió con la mirada, preocupado.
—Luciana, tu mamá… no la tuvo fácil —dijo en voz baja.
El subtexto era claro: si había que odiar a alguien, que fuera a él.
Luciana no respondió ni se volvió. Abrió el portón y cruzó hacia la villa.
—¡Luciana! —apremió Enzo—. Y escucha… si necesitas algo, lo que sea, ven a buscarme. Yo…
Se trabó un instante y corrigió:
—Papá va a estar aquí. Siempre.
El clic del portón al cerrarse fue su única respuesta.
***
Unos días después.
Al salir del hospital, Luciana tomó a prisa un taxi hacia la dirección que Fernando le había mandado. A mitad de camino, el auto se descompuso.
—Perdóneme —se disculpó el chofer—. Va a tener que pedir otro. La estoy retrasando.
Luciana bajó. El punto no era bueno para conseguir transporte; pidió otro en la app, pero ningún conductor aceptaba.
Justo cuando la ansiedad empezaba a apretar, un auto se detuvo junto a ella: un Bentley Mulsanne. El d