—Luciana… —Enzo se tensó.
Su voz, limpia de emoción, traía una grieta de desesperanza.
"¿Cómo no desesperarme?"
Desde niña había detestado a Mónica Soler; ahora esa misma aversión la sentía por sí misma. "Los hijos nacidos de una traición llevan la marca en la sangre. Son una sombra."
—Tú… —Luciana por fin lo miró—. En el fondo lo sabías. Por eso lo ocultaste, ¿no? Mi nacimiento fue una vergüenza.
—No —Enzo negó de inmediato—. No lo supe.
Él había vivido a su antojo casi toda la vida; salvo una cosa: cuando la familia Anderson lo obligó a apartarse de Lucy Pinto, fue lo único que lo derrotó. De lo demás, nunca se arrepintió.
—No sabía que eras mi hija —continuó—. Tu mamá tuvo un accidente. Grave, muy grave. Si yo no me la llevo, quizá muere.
La imagen le atravesó todavía la memoria. Se la llevó a Toronto y le consiguió el mejor equipo médico. Ricardo no podía darle eso. Puso dinero, tiempo y gente. Aun así, tardó.
—Al principio estuvo consciente, pero no podía moverse ni hablar. Yo me