Aun así, las lágrimas no obedecieron.
Antes creía que su vida ya era bastante dura. Pero, comparada con la de Ricardo Herrera, ¿qué tanto pesaba? Él vivió entero entre engaños y traiciones: Lucy Pinto, Clara Soler… Siempre solo. Siempre a la intemperie.
"Ah…"
El corazón se le hizo un nudo. Le dolía tanto que no podía mantenerse erguida.
—Luciana —Enzo la sostuvo—. Hazme caso, vamos con un médico.
No le dio margen para negarse: la tomó en brazos y la acomodó en el asiento del auto.
—No voy al hospital —dijo ella, recostándose; débil, pero firme.
No era algo que un hospital pudiera arreglar. Tampoco podía entrar así a casa: podría asustar a Alba.
Enzo, atado de manos ante su negativa, sacó un pañuelo para secarle el sudor. Luciana giró el rostro; él terminó por dejarle el pañuelo. Ella no lo tomó. Probó con una botella de agua; la destapó y se la ofreció.
Nada. Luciana cerró los ojos y se quedó en silencio. Solo necesitaba un rato. Cuando el aire regresara al cuerpo, bajaría y entraría.