Y, al mismo tiempo, este mismo hombre había encendido su sufrimiento.
"No quiero quedarme aquí. No quiero verlo."
Luciana se dio vuelta con apuro y buscó las llaves en el bolso. Las manos le temblaban; no encontraba nada.
—Luciana… —Enzo la miró con una mezcla de dolor y preocupación. Sabía que el golpe era enorme, pero la verdad ya se había asomado; tarde o temprano tendría que mirarla de frente—. ¿Qué buscas? Pa… déjame encontrarlo por ti.
—¡Cállate! —Luciana alzó la cabeza de golpe y lo fulminó—. ¡No digas tonterías! Yo ya tengo papá. Mi papá murió hace años. Él… él… —la voz se le quebró—. Él lo hizo por mí…
La frase se le ahogó en el pecho. Luciana apretó la mano contra el esternón. Dolía. Dolía hasta el hueso.
Si algo la destrozaba en esa verdad, era precisamente Ricardo. Al hombre al que odió durante más de una década —con motivos que creyó justos—, al final le había costado la vida protegerla. Y ahora la verdad le gritaba que hasta su odio había estado mal dirigido.
Se le fue el