Luciana y Marc también tenían que ir a trabajar; se quedaron un rato y se despidieron.
Antes de irse, Marc le acomodó el cabello a su hermana.
—Cuando salga del trabajo, vuelvo.
—Ajá —sonrió Martina, con los ojos hechos media luna.
Salvador los siguió unos pasos, como si también fuera a irse; a los segundos dio media vuelta, entró directo a la habitación y cerró la puerta.
No arrastró la silla: se sentó al borde de la cama y le tomó la mano.
—Martina, ahora estoy muy enojado.
—¿…Por qué? —se desconcertó; no esperaba tanta frontalidad.
—¿Por qué? —repitió, acariciándole los dedos con una calma engañosa—. Vino tu hermano y yo no merecí una presentación: “él es mi novio”. ¿Para ti sigo siendo solo el señor Morán? ¿Mm?
No alzó la voz ni la bajó; seguía sujetándole la mano.
A Martina se le apretó algo por dentro. Sabía que se molestaría, así que no se alteró.
—¿No fuiste tú quien dijo “esperemos”? Estoy así; si se lo digo a mi hermano, se va a enojar y te va a culpar por “no cuidarme”. ¿Eso