—Sin prisa —Salvador se volvió aún más suave, ligero—. Lo bueno no se apura. Esperemos tantito. ¿Crees que voy a salir corriendo? Al final soy tuyo.
“Ajá”, pensó Martina con una risa por dentro. “Suena precioso… si no supiera la verdad, hasta caería.”
—No le des vueltas —él siguió con el tono manso—. Primero te pones bien, si no, ¿cómo voy a ir a tu casa a pedirle a tus papás que me confíen a su hija?
Se acordó de algo y preguntó:
—Por cierto, ¿por qué te dolía así el estómago?
Siempre hay una causa. El médico había preguntado y Salvador no supo qué responder.
—Llegué tarde, ¿no habrá sido la cena?
—No —Martina negó, un poco tensa—. Julia prepara todo. ¿Qué podría salir mal?
—Qué raro… —murmuró él.
—¿Qué tiene de raro? —se apuró Martina—. A veces las defensas bajan sin avisar. No tiene lógica.
Le echó un vistazo al suero.
—Esta bolsa ya va a terminarse. ¿Llamas a la enfermera para que la cambie?
—Claro.
Salvador le soltó la mano y salió.
Martina dejó escapar el aire; la mirada se le en