—Marti…
—¡Frena, frena!
Martina no soportaba más sus excusas; sólo quería bajar del carro. Desesperada, jaló la manija. Para su sorpresa, ¡la puerta no estaba con seguro!
Ni lo pensó. El cuerpo le ganó a la cabeza: empujó la puerta y saltó.
—¡Marti!
Salvador rugió, con los ojos desorbitados.
La tenía enfrente; casi alcanzó a agarrarla, pero no llegó.
Martina salió disparada del carro, lanzada muy lejos por la inercia. Con el golpe y el raspón contra el asfalto, un dolor punzante le atravesó el cuerpo entero.
—¡Uh…!
Apenas alcanzó a soltar un quejido ahogado y perdió el conocimiento.
—¡Frena! ¡Rápido!
—¡Sí!
El chofer pisó el freno a fondo; las llantas sacaron chispas y el chirrido fue agudo, insoportable.
—¡Marti!
Antes de que el carro se detuviera por completo, Salvador ya había saltado y corría hacia ella. La alzó en brazos. —¡Marti!
Pero en sus brazos no hubo respuesta.
Era una muñeca de trapo: ligera, quieta, inerte.
En ese instante, a Salvador se le partió el corazón. ¿Cómo podía s