Él la levantó en brazos y salió afuera.
En la mesa del comedor, el desayuno ya estaba servido.
Salvador la sentó en la silla y empezó a darle de comer con el tenedor, como si fuera una niña incapaz de valerse por sí misma.
—A ver, abre la boquita. Eso, come.
Martina bajó la mirada; sin verlo, abría la boca de manera mecánica.
Al poco, llegó gente.
Era Manuel Pérez, con otras dos personas.
—Señor.
—Ajá. —Salvador asintió y señaló hacia adentro.
—Saquen las maletas. Lo demás no lo toquen: todo irá nuevo. En un rato te paso las marcas que suele usar Marti.
—Entendido, señorito.
Manuel le sonrió a Martina. —Señora, si necesita algo, puede pedírmelo directo.
¿Señora?
Martina, atónita, le clavó la mirada a Salvador.
—Jaja. —Salvador se rio, señaló a Manuel—. Qué rápido cambiaste de trato. Pero no te equivocas: ya casi. Anda, ve.
—Sí.
Con el ceño fruncido, Martina no pudo hacer nada más que ver cómo se llevaban sus maletas.
—¿Ya quedaste llena?
Calculando el apetito de Martina, Salvador dio p