Fernando asintió.
—Eso está muy bien —rio Luciana—. Que duela es buena señal; igual que cuando alguien sedentario empieza a correr: poco a poco el cuerpo deja de sentirse adolorido.
Se puso de pie y extendió la mano:
—Agárrate fuerte… y no temas lastimarme.
Fernando sabía que lo decía para picarlo; con la poca fuerza que tenía, imposible hacerle daño. Sonrió y, mirándola, apretó con cuidado.
—¡Eso, perfecto… muy bien!
En ese momento Victoria empujó la puerta; al ver la escena, los ojos se le humedecieron sin querer.
Desde que su hijo despertó hacía lo mismo cada día, pero solo cuando llegaba Luciana él sonreía de verdad. Los médicos tenían razón: el buen ánimo es esencial para sanar.
—Luci, traje fruta —dejó la bandeja sobre la mesa—. Vengan, coman un poco.
—Gracias.
Luciana notó, además del plato, un tazón de puré de fruta; era para Fernando, que aún tenía problemas para masticar y tragar.
Victoria tomó la cuchara:
—Fernando, vamos a comer.
Él frunció el ceño y, en lugar de abrir la b