—¿Hablas en serio?
—En serio. —Su mirada era cristalina.
—¿Ni tantito arrepentida? —En los ojos de él chisporroteaba un fuego intenso.
—No. Ni un poco… —Era una decisión tomada desde la verdad de su corazón: pasara lo que pasara más adelante, no pensaba lamentarse.
—Perfecto. —Salvador se inclinó, sujetó su rostro con ambas manos y, con el brillo de un niño travieso, murmuró—: Entonces, doctora Hernández, ¿tengo permiso de besar a mi novia?
Martina apretó los puños, nerviosa.
—S-sí, per… mmm…
Él ya la había besado. De inmediato a ella las mejillas le ardieron y las palmas le sudaron.
Poco a poco Salvador notó algo raro y se separó.
—Ah… —Martina abrió la boca y tragó aire como pez fuera del agua.
Él soltó una carcajada baja.
—¿No sabes respirar?
—¿Respirar qué? —preguntó ella, completamente perdida.
Salvador entornó los ojos, medio incrédulo. ¿En serio Martina no sabía besar? ¿Y los años con Vicente…? Bah, poco le importaba: en estos tiempos nadie decente iba a fijarse en ese detalle.