¡Claro que sí!
¡Fue él mismo quien le puso la tentación en las manos! Se reprochaba su propia ingenuidad, despreciaba la ruindad de Mónica y maldecía al destino por jugarle así.
De un tirón soltó su muñeca y, apretando los dientes, le gruñó:
—¿Dónde está mi pasador? ¡Devuélvemelo!
¿Con qué derecho una impostora lo había llevado puesto todos estos años?
Mónica, con los ojos enrojecidos, temblaba de pies a cabeza.
—¿No me oíste? ¡Dámelo!
—S-sí… —la voz se le quebró; corrió al dormitorio y volvió con el pasador de mariposa entre los dedos temblorosos—. Toma…
No había terminado la frase cuando Alejandro se lo arrancó y lo sujetó entre los dedos.
Pieza de época… y, aunque habían pasado tantos años, el metal lucía todavía más brillante.
Sin dedicarle otra mirada, se dio la vuelta.
—¡Alejandro! —Mónica lo detuvo.
Él se paró en seco pero no giró la cabeza.
—¿Es por ella? —preguntó con un hilo de voz—. Estás furioso y viniste por el pasador… ¿Es por Luciana?
Alguna vez se había preguntado por q