—Recuerdo que aquel día estaba lloviendo. Ella me gritó: «¡Oye! ¡Está lloviendo! ¿Por qué no entras? ¡Así te vas a enfermar!».
—Yo andaba de pésimo humor y no le contesté, pero no me dejó ahí plantado; se trepó la barda, llegó hasta mí y empujó mi silla bajo el alero…
Uno a uno, los recuerdos se fueron desprendiendo de sus labios.
Desde la primera frase la expresión de Luciana cambió.
A medida que lo escuchaba, primero se le enrojecieron los ojos, luego se le humedecieron las pestañas y, sin darse cuenta, se cubrió la boca.
Cuando Alejandro terminó, llevaba el mismo gesto que ella.
Ninguno dijo más; se miraron en silencio.
—Tú… —Luciana quiso hablar, pero la voz se le perdió; cuando por fin salió, sonó ronca—. ¿Eres… él?
—¿No te parezco? —sonrió Alejandro con calidez—. ¿He cambiado tanto? Llenaste un álbum entero con mi cara y aun así no reconoces mis rasgos.
Luciana abrió la boca; no le salió palabra.
Alzó la mano despacio y la acercó a Alejandro.
Él se inclinó para que pudiera alcanz