Al abrir la puerta se quedó petrificada. ¿Sería que el insomnio le estaba provocando alucinaciones?
—¿A-A… Alejandro?
Ni en sueños se habría atrevido a imaginar que él aparecería en su casa.
Alejandro se plantó en el umbral, erguido, apoyado en su bastón; dio un paso y entró en la sala.
—Tú… —balbuceó Mónica, al borde de un ataque de nervios—. ¿Quieres tomar algo? ¿Un café? Tengo unos granos excelentes…
Antes de que acabara la frase, él se volvió de golpe: su mirada era un filo de acero que se clavó en ella.
Mónica se estremeció. ¿Por qué la miraba así?
¿Habrá pasado algo con Luciana?
Pero ella no había hecho nada…
—Te voy a preguntar algo. —Alejandro no estaba allí para charlar ni para café.
—¿Eh?
—La primera vez que me viste, cuando éramos adolescentes, ¿cómo fue?
Mónica se quedó en blanco. —¿La la primera?
—¡Sí! —su mirada la taladró—. Ese primer encuentro, ¿cómo estaba yo? ¿Qué hacía?
La cabeza de Mónica se vació; todo su cuerpo se erizó.
¿Vino solo a preguntarle eso?
¿Por qué?
¿De