—¡Mamá! —Alba estaba impaciente—. ¿Sí o no? ¿Tendré papá?
Luciana miró aquellos ojazos contradictorios de ilusión y miedo; luego miró a Alejandro, cuyo corazón se asomaba por la mirada.
El pecho le pesó… pero, al fin, asintió.
—Sí.
—¡Guau! —Alba se escurrió de sus brazos y corrió a Alejandro—. ¡Tío, es de verdad! ¡Estoy feliz!
—Y yo más —la alzó con cuidado; su alegría no era menor.
Luciana, contemplando a padre e hija riendo abrazados, volvió el rostro; la felicidad de ambos le dolía como un puñal.
“Soy una persona terrible…” pensó, tragándose las dudas que le estrujaban el corazón.
La puerta se abrió y Simón entró con dos asistentes que traían la comida.
—Jefe, Luciana, coman algo, por favor.
Como la pierna de Alejandro seguía inmovilizada, Simón ordenó colocar una mesita justo frente a la cama.
Él se sentó sobre el colchón con Alba en el regazo, mientras Luciana ocupaba la silla frente a ellos.
Al despedirse, Simón añadió: —Jefe, cuando terminen, podrían descansar un rato. Ya obtuvi