—Basta de halagos —Victoria se secó las lágrimas—. Lo importante es que los dos queremos verlo bien, ¿cierto?
—Sí, claro.
—Entonces dime, ¿cuándo lo visitarás? Aún no puede hablar, pero lo conozco; con la mirada me pregunta por ti. Necesita verte para quedarse tranquilo.
—Yo… —Luciana vaciló—. Tía, en este momento no estoy en Ciudad Muonio.
—¿No? —Victoria se sorprendió; ignoraba todo lo sucedido en Maldivas—. ¿Andas de viaje de negocios?
—Podríamos decir que sí —respondió evasiva.
—¡Vaya contratiempo! Pero no te agobies: primero tu trabajo. Fer y tú son jóvenes; unos días no harán diferencia. Yo le explicaré y lo mantendré fuerte hasta que regreses.
—Gracias, tía. —Colgó y cerró los ojos con fuerza.
Fer está despierto… ¡al fin despierto! Era el deseo que había implorado durante tres años.
Pero ahora el corazón se le partía: de un lado, Fernando, que volvía a la vida por ella; del otro, Alejandro, que acababa de burlar a la muerte por salvarla.
¿Qué iba a hacer?
A través de la puerta d