Capítulo 1039
— Vamos.

De la mano, bajaron la ladera. Ella estaba tan tensa que terminó aferrándose con las dos manos; Salvador sonrió en silencio.

— ¿Y esa mirada? —se quejó Martina.

— No te miraba a ti —dijo conteniendo la risa—, vigilo que no nos persigan.

— ¡Cobarde! Si te da miedo, ¿para qué robar?

— Ya estamos aquí —alzó una ceja—. Tú vigila y yo “trabajo”.

Apenas lo dijo, se internó en la arboleda. Sus ojos brillaban como los de un niño.

— ¡Vaya frutos! —exclamó.

Con su estatura alcanzaba los más bajos sin esfuerzo.

— ¿De qué variedad te gustan?

— Durazno.

— Mira qué casualidad, justo estos lo son.

Mientras hablaba arrancó varios.

Martina, aún temerosa, frunció el ceño.

— ¡Ya, con eso basta!

— Está bien.

Lo vio con los brazos cargados y pensó en la camisa de seda que seguramente quedaría perdida.

— Dámelos, yo los llevo —propuso—: mi ropa es barata, no pasa nada si se mancha.

— Ni hablar. —Él retrocedió—. La pelusa ensucia. Déjame a mí.

Ella se quedó pasmada: ¿no pensaba en su propia ropa?

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