Él señaló la brocheta:
—Esa misma.
—Bueno.
Como dicta la cortesía, Martina acercó el pincho a su rostro.
—Toma.
Aún había cierta distancia, así que Salvador se inclinó y mordió, pero la carne no se desprendió.
Martina frunció el ceño.
—¿Puedes morder con ganas?
—%&¥#… —balbuceó él con la brocheta entre los dientes, ininteligible pero visiblemente apurado.
Martina soltó una risita.
—¿Hablando en marciano? Déjame ayudarte.
Sujetó firme el pincho, tiró hacia atrás y contó:
—¡Uno, dos, tres… va!
Con el tirón, el palillo se soltó.
—¡Aaaay!
Al mismo tiempo, Salvador dejó escapar un grito. Martina alzó la vista: él se sujetaba la nariz.
—¿Qué pasó? —preguntó sin entender, mientras el orgulloso señor Salvador Morán gruñía como un cerdito.
—¿Qué te pasa?
Molesto y algo avergonzado, él se quejó:
—¡Tu palillo me picó!
—¿Eh? ¿Dónde te lastimó? Déjame ver.
Pero Salvador movió la cabeza de lado a lado, cubriéndose boca y nariz.
¿Dónde más podía ser?
Martina se levantó, rodeó la mesa y trató de apart