El silencio congeló la sala. Por fin, el fiscal cedió con un suspiro.
—Está bien. Tienes argumentos de peso. Buscaremos otra ruta.
—Gracias —Alejandro inclinó la cabeza—. Y perdón por las molestias.
—Nada que perdonar —palmeó el hombro del empresario—. Es bonito ver cuánto cuidas a tu mujer.
Acto seguido, Santiago giró hacia su hermano menor.
—A todo esto, Salvador, tú y Alejandro son de la misma edad… Él ya tiene una hija de tres años. ¿Tú siquiera sales con alguien?
Salvador lanzó una carcajada nerviosa.
—¡Ganas no me faltan! El problema es que ella todavía no da su brazo a torcer.
A Santiago le sonaba el rumor del enamoramiento de su hermano, pero no que anduviera tan rezagado.
—¿Cómo es la chica que te trae así?
—Uy, Santy, te me pusiste chismoso. Cuando ella acepte, serás el primero en conocerla —esquivó la respuesta con picardía.
Alejandro dejó escapar una risita apenas audible; iba cargada de ironía. Martina, claro. Esto no le saldrá tan fácil al “galán” Morán.
—¿De qué te ríes?