En cuanto la vio sonreír, el semblante serio de Alejandro se aflojó; incluso asomó una curva en sus labios. Luciana abrió los ojos a tiempo de captar esa sonrisa.
—Nada mal la idea —bromeó—, ¿ves qué listo eres? Ahora rasca a la derecha.
—¿Aquí?
—Un poco arriba… no, más abajo… Ay, no, tampoco…
Durante un rato Alejandro movió el tenedor arriba abajo, izquierda derecha, sin dar con el punto. Luciana comprimía los labios conteniendo la risa, hasta que al fin estalló:
—¡Pff… jajaja!
—¡Ajá! —él se dio cuenta—. ¿Así me tomas el pelo?
Tiró el tenedor, la rodeó con los brazos.
—¡Claro! —Luciana se carcajeó.
—¡Ya verás! —y comenzó a hacerle cosquillas en las costillas.
Luciana era hípercosquillosa; enseguida soltó carcajadas con lágrimas incluidas.
—¡Para, para…! ¡Me muero de risa!
—¿Paro? ¿No te encantaba bromear? —Él admiraba su risa abierta.
—¡Socorro! Jajaja… ¡Perdón, perdón!
Alejandro terminó apiadándose: detuvo el ataque, apoyó la frente en la de ella, rozando su nariz.
—Pequeña bribona.