Una innata elegancia aristocrática.
Era el tipo de nobleza que otros no podrían jamás poseer.
Karen sentía envidia; algunas personas nacían siendo ganadoras. Mientras que ella, a pesar de su rostro bonito, solo había podido trabajar como acompañante en un club nocturno.
Camila la observó a través del espejo, con una sonrisa fría en los labios:
— ¿A qué has venido?
— Ayúdame, la policía quiere arrestarme —suplicó Karen, todavía aterrada, temiendo escuchar las sirenas. Solo Camila podía salvarla ahora.
— Mari, sal un momento. Quiero hablar con ella a solas.
— Está bien —respondió la asistente antes de retirarse.
Quedaron solas en la habitación, rodeadas de vestidos de gala. A un lado había un balcón.
Karen se sentó en una silla junto al balcón, donde una mesita tenía té caliente. Sostuvo la taza para calentar sus manos y habló nerviosamente:
— Estoy atrapada, la policía seguramente me arrestará. No quiero ir a prisión, no quiero...
Camila, en contraste, se mantenía serena, bebiendo té ro