La mirada de Mateo se posó brevemente en Lucía antes de responder con frialdad: —Déjala entrar.
Lucía apretó los labios, pero antes de que pudiera decir algo, Camila ya entraba con sus tacones altos.
Lucía no la miró, pero la voz de Camila resonó cerca: —Mateo, vine a traerte ropa.
Camila se acercó a Mateo. Había cambiado su atuendo por un vestido sastre verde claro que, combinado con sus ondas grandes, la hacía lucir alta y hermosa.
—No era necesario que te molestaras en venir —dijo Mateo.
Lucía lo miró de reojo. La expresión de Mateo seguía siendo fría, sin grandes cambios. Pero sus palabras...
Camila habló con dulzura: —No podría quedarme tranquila sin venir. Veo que están cenando, ¿lo preparó la señorita Díaz?
—Sí —respondió Mateo secamente.
Camila miró repentinamente a Lucía con expectación: —Señorita Díaz, ¿puedo probar de lo que cocinas? Ya que estoy aquí y tengo tiempo, ¿podrías enseñarme a cocinar?
—Puedo pedirte unos cubiertos, pero lo de enseñarte a cocinar lo dejaremos para