Capítulo 968
En cuanto Alba oyó la propuesta, el llanto se le cortó de golpe.

Aun así, no se atrevió a lanzarse de inmediato; alzó la mirada y le pidió permiso a su mamá:

—¿Mami, se puede?

“Qué bien educada está”, pensó Alejandro con admiración. Con lo chiquita que es y lo mucho que la consienten, ni rastro de capricho: antes de todo, consulta a los mayores. Eso vale oro.

¿Y Luciana? ¿Cómo iba a resistirse? Dos pares de ojos—uno grande, otro pequeñito—la miraban con expectación.

—Alba, acuérdate de darle las gracias al tío.

—¡Sí!—La niña sonrió de oreja a oreja—. ¡Gracias, tío!

—No hay de qué—respondió Alejandro.

Esta vez no permitió que comiera sola: la sentó en su regazo y, cucharadita a cucharadita, la fue alimentando sin la menor prisa.

Luciana lo observaba en silencio. La sangre tiene su magia—pensó—: Alejandro parecía tener paciencia infinita con la pequeña. ¿Cuántas veces más presenciaría una escena así? Un nudo diminuto le apretó el corazón; se obligó a mirar a otra parte y se concentró en
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