¿Su novia?
Alejandro parpadeó, como si recién entendiera.
—¿Hablas de… Juana?
—Ajá —asintió Luciana, sonriente.
Él no se inmutó. Al parecer, Luciana creía de verdad que Juana era su pareja. Nunca lo había desmentido; tal vez ella no veía —o no quería ver— que todo era cosa de Juana.
¿No lo percibía?
¿O deseaba que Juana fuera “la novia” para convencerse de que la verdadera intrusa era ella?
Alejandro humedeció los labios.
—¿Y qué debería tomar en cuenta por ella? Continúa.
—Mira, seré tu… amorío, si quieres llamarlo así, pero tengo dignidad. No pienso ser la otra de un hombre casado —declaró Luciana con aplomo.
—¿Ah, no?
—Claro que no —afirmó, muy seria—. Si fuera así, mejor me habría ido con Adrián, ¿no?
—¡Luciana! —El tono de Alejandro se volvió gélido y la interrumpió de golpe.
Ella dio un respingo y el pedazo de cordero que estaba comiendo se le resbaló al cuenco.
—Dime —gruñó él, apretándole la quijada con un frío que helaba—, ¿para ti sería lo mismo quedarte con él o conmigo? ¿Cu