Una vez que salieron del área de cirugía, e incluso al abandonar el edificio, Luciana continuó con el ceño fruncido.
—Luciana… —Alejandro la tomó del brazo—. ¿Por qué estás tan seria?
Si él preguntaba, ella respondería con franqueza.
—Invitar a mis colegas a comer debió ser mi decisión. ¿Por qué actuaste por tu cuenta y lo propusiste sin consultarme?
—¿Eh? —Alejandro sintió que lo estaban culpando injustamente—. Yo pensé que estaría bien reservar ese lugar. ¿No te encanta la comida de Cozyroom?
—¿Encantarme? —bufó Luciana, furiosa—. ¿Tienes idea de cuántas personas somos en el departamento? ¡Entre médicos y enfermeras sumamos casi treinta!
—¿Y eso qué tiene? —inquirió Alejandro, sin entender el problema.
«¿Y eso qué tiene?»
Luciana calculó mentalmente y concluyó que la cuenta rondaría los trescientos mil. Se llenó de indignación:
—¿Te das cuenta de lo caro que es?
—¿Caro? —repitió Alejandro, frunciendo el ceño—. No es para tanto… Podemos costearlo sin problema.
«¿No es para tanto?», pe