—¡No lo creo! —sollozó, dirigiéndose furiosa a Gabriel—. ¡Quiero ver el testamento! Sospecho que es falso. Licenciado Navarro, si está incurriendo en un delito… ¡lo pagarás muy caro!
—Señorita Soler —gruñó Gabriel, tan indignado como ofendido—, no me calumnie. Podría entablar cargos por difamación.
—¡Dije que lo quiero ver! —exigió Mónica.
—Claro —accedió él, tendiéndole una copia—. Léalo con atención y acepte la realidad.
Tomó los papeles y los revisó en detalle, sin saltarse ni una coma. En cuanto terminó, parecía haberse petrificado, inmóvil y sin pronunciar palabra.
—Mónica… —Alejandro, dudando, se aproximó a ella—. ¿Estás bien?
Muy despacio, ella levantó la cara para mirarlo a los ojos:
—Alex… dime que esto no es verdad…
Ante su silencio, Alejandro optó por tratar de ser lo más honesto posible.
—Mónica, sé que estás sufriendo, pero… tarde o temprano debes afrontar lo que pasó.
—¿La realidad? —repitió ella con la mirada empañada—. ¡Pues la realidad es que me quedé sin nada! —Gimió