—¿Por qué…?
¿Cómo es posible que al fin la encuentre y aun así no pueda hacer nada?
—Luci… Luci…
Sintió cómo la temperatura del cuerpo que estrechaba descendía poco a poco; la respiración, antes trabajosa, se volvía imperceptible.
—Dime qué hago —rogó, sin saber si hablaba con ella o consigo mismo.
Entonces se le encendió una idea: sangre.
Recordaba que la glucosa circula en el torrente sanguíneo. No estaba seguro de qué tan útil resultaría, pero Luciana no podía contestar; no había tiempo para dudas.
—Espera, amor…
Acomodándola con un brazo, deslizó la otra mano dentro de la bota táctica y sacó su navaja suiza. Con una sola mano la abrió; con ambas habría sido fácil, con una costaba, pero lo logró.
Apuntó al borde cubital del antebrazo y se hizo un tajo limpio. Al instante la sangre brotó.
Sin perder segundos, sostuvo el rostro de ella, forzó suavemente los labios y acercó la herida para que la sangre escurriera en su boca.
—Traga, Luci, traga…
Había cortado más profundo de lo previst