Agua de luna
El sol descendía como si el mundo entero hubiera decidido tomar una pausa para respirar. Las sombras se alargaban, extendiendo sus dedos sobre la hierba húmeda, y el cielo comenzaba a pintarse con tonos de lavanda y coral. Alejandro conducía en silencio, con una mano en el volante y la otra sobre la de Cecil. Ella, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la ventanilla, sonreía. A pesar de no poder ver el paisaje, sentía el cambio del aire, el aroma de la vegetación espesa, el sonido de los insectos que cantaban su llegada al crepúsculo.
—¿Dónde estamos? —preguntó ella, girando un poco el rostro hacia él.
Alejandro apretó con suavidad sus dedos.
—Muy cerca del lugar donde aprendimos a leernos sin palabras.
Cecil frunció los labios, pensativa. Bastó un suspiro más profundo para que lo supiera. El aire tenía un sabor distinto. Fresco, acuático, cargado de nostalgia. Sonrió.
—¿El lago?
—Nuestro lago —corrigió él con una sonrisa.
El coche se detuvo. Alejandro bajó primero, r