Las manos de Alejandro recorrían la espalda de Cecil como si pudieran leer en su piel todas las emociones que ella no lograba poner en palabras. Ella sentía cada caricia como un eco directo al corazón, cada roce tan eléctrico como una promesa. El aire entre ellos se volvió espeso, cargado de calor y emociones contenidas. Sus labios se encontraron una vez más, no con desesperación, sino con esa clase de ternura que solo nace del verdadero amor.
El beso fue lento, profundo. Una fusión de almas que habían esperado demasiado tiempo para encontrarse sin miedo, sin barreras, sin venenos entre ellas. Alejandro la rodeó con sus brazos, y Cecil apoyó su mejilla contra el pecho de él, escuchando el fuerte y constante latido de su corazón. Ese sonido… le recordaba que estaba viva. Que todo estaba bien. Que al fin era libre.
—Te amo, Alejandro —susurró ella, con una voz cargada de temblor y sinceridad.
—Y yo a ti, mi bonita… más de lo que nunca podré decirte.
Pasaron varios minutos así, abrazados