Entré a la habitación de mi pequeña, mi madre estaba allí con ella en brazos. Me acerqué y miré a mi hija dormida plácidamente entre sus brazos.
— ¿Cuándo voy a dejar de extrañar a Muriel? — Le pregunté a mi madre.
— Nunca. Es algo con lo que tendrás que vivir — me dijo ella mirándome a los ojos.
Yo asentí con la cabeza. Eso lo sabía muy bien; Muriel siempre estaría presente.
— Pía me comentó sobre la mujer de esta mañana. Qué mujer tan vulgar. ¿De dónde la sacaste? No la quiero en casa — me dijo.
Y yo tampoco la quería aquí. Esa mujer era un dolor de cabeza.
— No te preocupes, ella no volverá — le aseguré.
Le quité a Alma de los brazos a mi madre, y en cuanto la tuve en los míos, ella abrió sus hermosos ojos.
— Espero, pequeña mía, que por tu bien termines de monja — le dije.
Mi mamá me dio un golpe en la espalda y yo empecé a reír.
— No le digas ese tipo de cosas. Ella será una linda señorita y se casará con un buen hombre, alguien sensato, calmado y muy rico. Nada parecido a ti — m