Miré a Silvio, que tenía mala cara; era obvio que la negociación no había salido como él quería.
— ¿En qué quedó el trato con los rusos? — preguntó uno de los socios. Yo miré a Silvio; él me había insistido en querer tratar con Mikhail, así que lo dejé.
— Estoy en conversaciones con él — respondió Silvio. Yo ya había hablado con Mikhail, y de petardo no bajó a Silvio.
— Pues apresúrate, la mercancía ya necesita ser transportada — le dijo.
Él asintió, y yo me reí un poco. Mikhail jamás dejaría que un cargamento pasara por su territorio sin antes obtener una muy buena comisión por eso.
— ¿Puedes o no con el trabajo? — le preguntó otro socio más.
— Claro que sí, solo necesito un par de días. El ruso es un poco complicado — nos dijo.
Valentino llegó en esos momentos, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
— Ve con tu madre — le dije, y él negó; padre lo cargó.
— No quiero, mami está sentada sola y es aburrido — se quejó.
— Estoy ocupado, ve con ella y pórtate bien — le dije